El infierno de los periodistas

Julio Camba no desaprovechó ninguna de cuantas ocasiones se le presentaron para desacralizar el trabajo de escritores y periodistas, lo que, por supuesto, incluía el suyo. Que cómo hacía él sus artículos. Pues “yo –explicó en 1913– me encierro por las tardes en un cuarto con un poco de papel como, para hacer otra cosa, pudiera encerrarme en otro cuarto, con otro poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluido, abundante; otras sale duro, difícil y escaso, pero siempre sale”. Leído esto, resulta fácil deducir que Julio Camba estuvo muy lejos de ser uno de aquellos periodistas que consideraron su profesión un sacerdocio. Demasiado escéptico para que así fuese. Por otra parte y puestos ya a consagrarse a una vocación con ínfulas de trascendencia, debió de pensar que mejor hubiese sido no andarse con rodeos y haberse hecho cura, cura de aldea. En un curato campesino de su tiempo, tal y como él mismo lo describió, “las gallinas ponen para el cura sus más grandes y sabrosos huevos; la ubre de las vacas y de las cabras, exprimida por las manos virginales de las zagalas, da para el cura su leche más blanca, espumosa y nutritiva; los árboles reservan para el cura la más óptima y suculenta madurez de sus frutas. ¡Y qué vino este vino hecho especialmente para el cura, con uvas que se escogen una a una!... ¡Gaudeamus!”. De haberse hecho cura, su vida habría transcurrido “amable, sensual y glotona”, es decir, el más fantástico sueño de Pantagruel hecho realidad, el cielo en la tierra para el bon vivant que fue Camba. Se extravió de ese plácido destino al hacerse periodista:

“¿Por qué no he querido ser cura? ¿Qué demonio mal informado me visitó en un sueño intranquilo para aconsejarme que no lo fuese? Todavía hace poco que una buena mujer, aludiendo a los azares de mi vida de periodista, me ha dicho:
-¡Cuánto mejor estarías en un curato que por aquí!
Y añadió:
-Mejor para el alma y mejor para el cuerpo”.

Mejor para el cuerpo, sin duda; y mejor para el alma, también. Los periodistas sin inteligencia ni imaginación para representarnos nuestro infierno, nuestro infierno en la tierra, tenemos aquí la posibilidad de echarle un vistazo:


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A todo esto, quién se acuerda de las madres dolorosas de los periodistas que, en su infinita sabiduría, atisban los abismos infernales de la profesión y, en su piadosa ingenuidad, hacen lo único que pueden hacer por el alma de sus descarriados hijos: ir a misa, rezar y confiar en que sus plegarias sean atendidas. Como la de Tomás Eloy Martínez.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Otro problema llega cuando uno se da cuenta de que sus alumnos o sus compañeros, periodistas del futuro, leen peor -bastante peor, en comparación- que algunos extranjeros, ¿verdad?

Una pena no tener a Camba para que hiciera un retrato de una situación que, si no fuera trágica, sería un verdadero chiste.

hatoros dijo...

Muy interesante tu blog.
Gracias por escribir y enseñar.

Lieschen dijo...

Muchas gracias a ti, Hatoros!!!