Periodismo antipatriótico

“¿Es lícito que un español critique a España en el extranjero?”. La pregunta se la hacía Julio Camba en un artículo que publicó en El Sol en 1922 y venía a cuento por algo que le había ocurrido al periodista:

“Encontrándome en América, yo me permití silbar el día del estreno una obra española, lo que me valió acres censuras por parte de algunos distinguidos coterráneos. En vano yo procuraba demostrarles que la obra era mala. Ellos sostenían que, representadas en el extranjero, todas las obras españolas son buenas, aun las del propio señor Linares Rivas, y que al silbar aquella me estaba conduciendo como un mal patriota”.

Algo así acaba de suceder. Fue durante la rueda de prensa que el pasado viernes ofreció Rodríguez Zapatero, cuando una periodista le preguntó si se consideraba investido de autoridad para liderar la recuperación económica de la Unión Europea cuando el paro en España dobla al de la Eurozona y el país es uno de los pocos de su entorno en recesión. Al parecer, el presidente entendió que la presencia de Herman Van Rompuy y José Manuel Durão Barroso convertía el palacio de La Moncloa, vale decir el suelo patrio, en el extranjero. Y, como recordaba Camba y olvidó la periodista, en el extranjero todas las obras españolas son buenas. Así que el interpelado, visiblemente molesto, calificó de “insólito” que esa pregunta la realizase una compatriota. De sus palabras se desprende que Zapatero consideraría sólito que un periodista de Nápoles, Düsseldorf o Burdeos, quizás incluso de Tucumán o Tampico, formulase tal pregunta, pero que en boca de una periodista española resultaba inequívocamente antipatriótica. Pues bien, Zapatero ha propiciado una nueva incorporación a la nutrida y gloriosa saga de periodistas que han tenido que apechar con la acusación de ser malos patriotas. La historia viene de lejos.



A finales del siglo XVIII, un artículo de Masson de Morvilliers en la Encyclopédie Méthodique minimizando la aportación de España a la ciencia y a la cultura europeas desató la polémica. Entonces, El Censor, una publicación que se venía distinguido por poner “a la nación delante de sus ojos sus males generales”, comenzó a dirigir sus dardos contra los llamados apologistas de la nación, aquellos que estaban ocupando sus plumas en rebatir la opinión de Morvilliers y en cantar las glorias españolas ignoradas al otro lado de los Pirineos. El Censor declaraba no ser “ningún vil adulador” como aquellos apologistas, ideólogos del poder, que contribuían a mantener la pasividad y el atraso material “adormeciéndonos sobre nuestros males”. Su postura le valió acerbas críticas y acusaciones de antipatriotismo, a las que respondió el 5 de julio de 1787 con un discurso titulado “Principales circunstancias que se requieren para merecer el nombre de buen español”. En aquel texto, consumado ejercicio de ironía, se podía leer:

“Para pasar, pues, un hombre por buen español, o lo que es lo mismo, por español amante de su patria, es menester que crea y sostenga a la faz de todo el universo (no de otro modo que Don Quijote, allá en el camino real de Zaragoza, al frente de toda una torada sustentó la sin par hermosura de las zagalas que allí le deparó su buena ventura) […] que España ha sido en todos los tiempos, es y será hasta la consumación de los siglos, docta y sabia, y que si algo se ignora en ella es justamente lo que no conviene saber. […] que la agricultura está y estuvo siempre entre nosotros en el pie más floreciente, sin que haya en toda la península palmo de tierra inculto que convenga reducir a cultivo, ni alguno que pueda o deba producir más de lo que produce. […] que nuestras fábricas, nuestra industria y nuestro comercio se hallan y se hallaron en todos tiempos en el más alto punto de perfección posible o, a lo menos, en el estado en que conviene estén y se mantengan por siempre jamás para nuestra verdadera y permanente prosperidad”.

El Censor se negaba a recibir lecciones de patriotismo, porque consideraba que era precisamente la suya la actitud patriótica y valiente:

“[…] se necesita una firmeza de alma poco común y un fondo de patriotismo inagotable para atreverse a decir a la propia nación, y viviendo en su seno, verdades amargas que ninguno de sus escritores han osado manifestarlas; para incurrir en el odio y execración de un gran número de conciudadanos poderosos, a quienes es fuerza que ofenda particularmente la manifestación de unos errores favorables a sus intereses […]”.

No tuvo que pasar mucho tiempo, no más que unas pocas décadas, para que Mariano José de Larra fuese llamado “mal español, porque digo los abusos para que se corrijan” en un país donde se cree que “sólo ama a su patria aquel que con vergonzoso silencio, o adulando a la ignorancia popular, contribuye a la perpetuación del mal”. El 22 de marzo de 1833, Larra escribió en El Pobrecito Hablador:

“Los aduladores de los pueblos han sido siempre, como los aduladores de los grandes, sus más perjudiciales enemigos; ellos les han puesto una espesa venda en los ojos, y para usufructuar su flaqueza les han dicho: Lo sois todo. De esta torpe adulación ha nacido el loco orgullo que a muchos de nuestros compatriotas hace creer que nada tenemos que adelantar, ningún esfuerzo que emplear, ninguna envidia que tener. Ahora preguntamos al que de buena fe nos quiera responder: ¿Quién es mejor español? ¿El hipócrita que grita: ‘Todo lo sois; no deis un paso para ganar el premio de la carrera, porque vais delante’; o el que sinceramente dice a sus compatriotas: ‘Aún os queda que andar; la meta está lejos; caminad más aprisa, si queréis ser los primeros?’ Aquél les impide marchar hacia el bien, persuadiéndoles de que le tienen; el segundo mueve el único resorte capaz de hacerlos llegar a él tarde o temprano. ¿Quién, pues, de entrambos desea más su felicidad?”

Otros muchos periodistas vendrían detrás que tuvieron que repetir los mismos argumentos de El Censor y Larra para defenderse de idénticas acusaciones a las que ellos recibieron. Indudablemente, siempre hay refractarios a toda pedagogía: “¿Cómo convencerlos –se preguntaba Camba al recordar el estreno de aquella obra teatral– de que el mal patriota era el autor y de que el patriotismo consistía precisamente en silbarlo?”.

Tengo para mí que el mejor periodismo que se ha hecho en este país es precisamente aquel que han tratado de descalificar tachándolo de antipatriótico, el de una estirpe que nace con El Censor y que llega a la periodista que el pasado viernes se limitó a hacer una pregunta, a hacer su trabajo. He buscado su nombre y no lo he encontrado. Lástima, porque sin duda merece ser inscrito en la historia del periodismo español.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Admirada Lieschen:

Adjunto un enlace donde aparece el nombre de la periodista, PIlar Santos, del Periódico de Catalunya.

http://www.europasur.es/article/opinion/604320/las/sorpresas/zapatero.html

Un saludo de una fiel seguidora de su blog.

Lieschen dijo...

Le agradezco muchísimo el enlace y el nombre de la periodista!!! Y, por supuesto, sus palabras y sus visitas.
Muchísimas gracias!!!!

Anónimo dijo...

Suscribo tu artículo. Me encanta encontrarte por aquí de vez en cuando.

Roberto