Cráneo previlegiado


Vuelvo a ocuparme de un cráneo, en este caso, el de Schiller. A estas alturas, alguien podría sospechar en la nueva afición de este blog por las reliquias óseas el propósito de hacer la competencia a la genial Nieves Concostrina. Nada más lejos de mi intención. Pero es que, curioseando en la hemeroteca, me ha salido al paso un artículo digno de figurar en una antología de la esqueletomaquia. Fue publicado en el diario El Regional, de Lugo, el 23 de mayo de 1912:

“En la sepultura había setenta cráneos, el profesor Von Froslep los reconoció, y dijo: ‘Éste es’. Tratábase del cráneo de Schiller, el gran dramaturgo alemán, que, en popularidad, rivalizó con Shakespeare, el gran dramaturgo inglés. Un Congreso de anatomía se reunió en Munich y declaró auténtico este cráneo, que el profesor Von Frosiep presentaba victoriosamente.

Se tributaron honores al cráneo en cuestión; se guardaba en preciosa vitrina, por ante la cual desfilaban los alemanes piadosamente emocionados; era una reliquia, la bóveda protectora de un cerebro excepcionalmente sensible; este cerebro, vibrante armónicamente conmovió al mundo; y pues no quedaba del hombre otra cosa que el recipiente craneano, los alemanes adoraron en los huesos, descubiertos en hora feliz por el sabio y erudito profesor.

Los alemanes triunfaban de los ingleses en algo. Si de Shakespeare sólo quedaban las obras que aplaudimos todos aún hoy, de Schiller quedaban las obras y el cráneo: algo material.

Pero he aquí que sale ahora otro profesor, alemán también, para mayor desdicha, el profesor Von Welker de Halle, el cual demuestra que el cráneo dicho es apócrifo. No es, ni pudo ser, del gran Schiller. Las razones en que apoya su aserto parecen ser de una lógica aplastante, de un rigorismo científico que no deja lugar a dudas.

Mis lectores, sin duda, creerán que el asunto es de poca importancia. También lo creía yo; pero es el caso que los periódicos ingleses lo han comentado con tanto desdén y tanta ironía que los alemanes se han enfadado. Aquellos de deducción en deducción, llegan a burlarse de la ciencia misma en que los alemanes pretendían sobresalir. Esa monumental plancha de los anatomistas germanos les sirve para restarle prestigio a la misma cirugía. ‘¡Oh, jóvenes médicos que, recién salidos de las aulas, vais a Alemania, sabed cuán torpes son los alemanes en anatomía, base de la cirugía: los alemanes, las eminencias anatómicas de Alemania no saben distinguir el cráneo de Schiller de un cráneo vulgar’.

Los periódicos alemanes contestan a los ingleses airadamente y aún parece que el mismo emperador, cuyos talentos enciclopédicos le reconocemos todos, se enfadó también y para vengarse ideó construir un par más de acorazados. Esta es la réplica mejor. ‘A falta de un cráneo auténtico de Schiller tendremos dos barcos provistos de cañones rayados cuya autenticidad no podrán los ingleses negar. Y si persisten os ingleses en reírse de nuestros cráneos veremos si se reirán de nuestros cañones.

Es este un modo singular de derivar las discusiones; pero es eficaz. Los ingleses lo han comprendido en seguida y han dejado en paz el cráneo. Se ha cerrado la discusión.

Y es esto lo interesante, la moraleja. Creímos que cerrar las discusiones a puñetazo limpio era cosa propia de brutos; los hombres racionales no admiten más fuerza que la de la razón. Nos equivocábamos. Este cráneo apócrifo lo demuestra. Continuamos dándonos recíprocamente con la cabeza y vence el que la tiene más dura”.


Nadie ignora que el mundo no es una paradoja, ni tampoco una controversia; es un esperpento. Así, la única réplica posible a este artículo y su moraleja es la que pronunciaría el borracho de Luces de bohemia contagiando la curda a las vocales: “¡Cráneo previlegiado!”.

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