Plumas y pullas (LXXVII)





“La heroica legión de explotadores y mártires de nuestro tiempo, la forman esas densas huestes de publicistas que en todos los pueblos civilizados escriben para los periódicos, sin descanso ni tregua. La carabela en que van embarcados es la rotativa moderna. […]
Veinte días sin coger la pluma, para el escritor profesional quiere decir veinte días de visión desinteresada, de contemplación ingenua y gratuita del mundo, sin el prejuicio febril de tener que sacar jugo a cuanto ve y le encanta, para convertirlo en materia literaria, en tema articulístico. Poder mirar las cosas y los hombres sin premeditación: ¡qué coyuntura más rara para el escritor profesional y empedernido!
[…] El escritor-taxímetro es una invención reciente y, en especial, del periodismo moderno. El hombre que no escribe porque tiene algo concreto que decir,, ni porque las circunstancias le obliguen a ello, ni en virtud de estar rebosando de una intensa emoción, ni a consecuencia de haber vivido previamente alguna peripecia interesante, ni por necesidad intelectual directa de ninguna clase, sino, simplemente, por la absurda razón de que mañana será martes, y él tiene firmado un contrato para dar un artículo todos esos días, o porque necesita diez duros y no ve otro medio  de proporcionárselos, o porque está encargado de una sección periodística que no puede sufrir el menor aplazamiento: ese hombre-escritor-forzado es un pequeño monstruo. Lo primero y natural es vivir y hacerlo tan intensamente como lo permita la capacidad vital de cada uno. Luego, después de haber vivido algo, parece también natural y hasta delicioso, cuando las facultades existen, contar lo que se vivió. Pero escribir antes que vivir, o escribir para vivir, exclusivamente, es lo mismo que trocar en un taxi de alquiler el carro del divino Apolo.
De ahí el inmenso fárrago, cada día creciente, de cosas que escribimos, por necesidad, esto es, sin verdadera necesidad de escribirlas, cuantos escribimos para el público. En los países, como España, en que la instrucción pública es tan deficiente y la cultura media tan baja, la obra encarnizada y forzada de los publicistas tiene un verdadero valor educativo. Pero esto no mejora, a mi juicio, el hecho de que esa producción sea casi  por completo artificial, ni me consuela de las obras que espontáneamente habrían escrito los más dotados de esos publicistas, y a las cuales han debido renunciar poco a poco porque no pueden vivir para escribir, sino que han de escribir para ganarse la vida”.

Agustí Calvet, Gaziel
La Vanguardia, 6 de julio de 1928


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