La vara de medir



 
Aquel día de 1896, temprano, exactamente a las siete y treinta y cinco minutos de la mañana, el dueño de la fábrica de papel de Elsenthal se encontraba en el bosque de la localidad alemana para asistir a la tala de tres de los árboles. La hora fue consignada por el notario que lo acompañaba, convocado para dar fe del experimento que iba a realizarse. La precisión horaria resultaba imprescindible, porque de lo que se trataba era de saber qué tiempo mínimo se requería para cortar un árbol, dividirlo en trozos, reducirlo a pasta, hacer papel e imprimir con él un periódico. La gacetilla de un diario español dio cuenta del proceso: «Transportado el tronco a la fábrica, fue reducido acto seguido a pequeños trozos, descorchado y hecho astillas. Se hicieron pasar estas al desfibrado y a las pilas de mezcla, enviándose la pasta líquida a la máquina de hacer papel. A las nueve y treinta y cuatro minutos la primera hoja de papel estaba completamente concluida, durando la fabricación total una hora y cincuenta y nueve minutos. Expedido el papel a una imprenta, a las diez de la mañana salía el primer ejemplar del periódico, habiéndose invertido, por tanto, en el pasmoso tour de force industrial dos horas y veinticinco minutos». El titular prefería expresar en minutos la proeza: «Un árbol transformado en periódico en ciento cuarenta y cinco minutos». 

No se crea que la fiebre industrialista era exclusiva del papelero alemán. En 1911, El Liberal presumía de las bobinas de papel que tragaba a diario su rotativa.



En 1917, El Imparcial calculaba los gastos de la casa en su medio siglo de vida: que si plumas y tinta, que si cuartillas, que si cinta telegráfica... Tropecientos de todo…





…y también, por supuesto, bobinas de papel, tantas que con ellas se podría haber envuelto España entera. Y Tovar dibujó una alegoría chiquitita del país a punto de ser enrollada por el rollo.




En 1930, Estampa explicaba a sus lectores el secreto del periodismo moderno:




Y Heraldo de Madrid alardeaba en 1935 de tirada enseñando los contadores de su tres rotativas. 501.999 ejemplares, decía la aritmética. No bastaron para atender la avidez de los lectores, precisaba la literatura fantástica del pie de foto, antes de añadir que hubo reventa en Sevilla y que se llegó a pagar una peseta por el periódico.
 


Todo elefantiásico, literalmente. En 1917, el Berliner Tageblatt, ante las dificultades ocasionadas por la guerra para encontrar medios de transporte, se sirvió de cuatro elefantes para llevar a sus talleres las bobinas de papel que exigía la tirada diaria.

Excelsior. Journal illustré quotidien (21-2-1917)

 

Ahora los periódicos de papel son quimeras; se vuelven digitales hoy o se volvieron digitales hace mucho –y así se lo recuerdan a los anunciantes despistados. Pero tienen todavía la imaginación ahormada en la aritmética del materialismo industrialista, y será por eso que no se les ocurre con qué épica emperifollar el algoritmo de la nueva vara de medir: el pincha-pincha que lo peta

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