Para oda, la de Carner



Porque los periódicos de papel son ya una quimera, no tiene ninguna importancia que hoy, sábado glorioso, no se puedan comprar en el quiosco. El absentismo ni siquiera devuelve su significado al artículo que escribió Josep Carner, en 1926, en El Sol, sobre los lunes sin prensa matutina, aquellos desiertos informativos que creó un real decreto al obligar a los periodistas a santificar el domingo. Se titulaba «Un día sin diario»:

«No puedo menos que simpatizar con el vejete cano, de ojos humildes y gestos minuciosos, que, una vez instalado en el tranvía, se ha sacado el diario del bolsillo, hoy, lunes, día en que no aparece ninguno, y ha empezado a desplegarlo. El diario no sólo mostraba las naturales dobleces de una vasta hoja de papel ya cuidadosamente guardada en un espacio reducido; revelaba también, a ojos experimentados, unas tenues arrugas, indicio de que el tal diario había sido leído con antelación. Lo había leído ayer, domingo, y lo volvía a leer hoy, lunes. Era preferible releer el diario del domingo a la brusca suspensión de una costumbre. Y eso que un diario pierde mucho a la segunda lectura. Sus temas se os angostan, su estilo pierde brillantez. Pero así como el fumador, en tiempo de carestía de tabaco, prefiere inhalar el humo pestilente de ciertos detritus a dejar de fumar, el hombre civilizado cree más tolerable que la falta de diario la reinspección abatida del diario de ayer. Hay personas que van cada lunes a la tienda del limpiabotas y allí intentan compensar la ausencia de diario hojeando un semanario humorístico, o uno de esos semanarios gráficos en que uno ve la decapitada cabeza de algún personaje ilustre o el aspecto de un banquete de elementos culturales o taurinos, en que cada comensal ofrece una mirada atónita, debida, más que a una súbita emoción, a la llamarada del magnesio. Pero ni caricaturas ni grabados les consuelan. Media un abismo entre auscultar la vida contemporánea y repasar muñecos. Algunos nostálgicos permanecen buena parte del lunes suspensos alrededor de los quioscos, sin humor de largarse, como esos enamorados románticos que, estando su amada de viaje, van a pasar ante su casa y miran, contra toda esperanza, la ventana. […]
[El lunes] al despertarme, experimento ya una opresión. Mi café con leche, sin el biombo posterior del diario, parece desamparado, en una especie de orfandad. Me siento un Robinson Crusoe, incomunicado con Europa y con el mundo en general. Porque yo pertenezco a la categoría de los mejores lectores de diarios: los que los exploran junto a la taza humeante, oyendo los gorjeos de las avecicas, acariciada por la brisa la mejilla recién rasurada. Es entonces cuando uno ve con más claridad el temperamento de Mr. Baldwin o los juegos sutiles de Briand. Me parecen inferiores, socialmente hablando, los que tienen a costumbre de leer el diario en el tranvía o en los bancos públicos. […] La combinación del café con leche y el diario es, a mi juicio, una inefable sonrisa de la civilización».

http://elpais.com/elpais/2016/03/24/opinion/1458834103_986123.html


Esta mañana, he vuelto a un periódico de ayer y he constatado, en contra del criterio de Carner, que algunas oraciones apologéticas no pierden nada en una segunda lectura, conservan completa, perfecta, intacta su hueca bobería. La oda sigue siendo hoy una elegía flácida a los zapateros, castañeras, dinosaurios y lectores de papeles periódicos, digna de envolver un bocadillo de sardinas. La única oda que puede medio salvar un género abominable es la que duda de su objeto. La de Carner discutía la superstición que encarnan los diarios:

«Hoy, lunes, untaba yo de mantequilla mis leves tostadas con el gesto inconsciente de quien esparce un bálsamo sobre una herida. Pero, de pronto, se me ha ocurrido una idea que, sin reanimarme del todo, me ha infundido alguna resignación. […] Ahora en los domingos nunca pasa nada. […] Ahora ya no son los periodistas los que descansan los domingos; son los acontecimientos».

Sólo una cosa más, Carner tampoco encontraba en los papelorios vespertinos del lunes motivo para la loa: «Nada más insulso que el diario del lunes en la noche, si uno no es adepto al balompié». 

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