El hábito y el monje



Un enjambre periodístico de sombreros hongo rodea a Sagasta (1897)


Dice el runrún que el jefe italiano está escandalizado con las mangas de camisa y las camisetas, que quiere a sus periodistas debidamente trajeados. Sólo hay dos formas de entender la desiderata: o es un arrebato nostálgico de quien echa de menos el tiempo en que los plumillas eran conocidos, por su mucho vestir y poco ganar, como «proletarios de levita» o cree que el refranero tiene razón y que el hábito hace al monje. En el primer caso, el asunto es de índole sindical, similar al que se produjo en 1884 cuando se exigió a los informadores levita o chaqué y sombrero de copa para entrar al Congreso de los Diputados. Entonces Luis Taboada alzó la voz para protestar en nombre de sus desastrados compañeros de oficio: «La verdad es que somos muy pocos los que podemos soportar los gastos de vestuario y atrezzo». Si, en cambio, de lo que se trata es de componer el sapillo para que parezca bonillo, sólo podemos convenir y recordar el aleccionador ingreso de Wenceslao Fernández Flórez en el periodismo. Así lo contaba él mismo en una entrevista en 1919:

«Fui redactor-jefe de La Gaceta Minera e Industrial. Mis conocimientos de minería se limitaban a distinguir el carbón de cock de la leña… No conseguí muchos laureles en mi nuevo cargo, y, tras de unos meses en el Heraldo de Galicia, marché a dirigir El Diario Ferrolano. Tenía yo entonces veinte años, y era un muchachito pálido, flaco y diminuto. De La Coruña al Ferrol hay una travesía pésima, que yo hice en un barco rotulado El Mosquito. Los prohombres del partido, editores del diario que yo iba a dirigir, aguardaban mi llegada en la trastienda de una botica. Yo leí en los rostros de aquellos hombres una desoladora decepción. Mi penuria física, agigantada por las huellas de la travesía en El Mosquito influyó notablemente en contra de mis aptitudes periodísticas. “Este hombrecillo –pensaban– no tiene cara de director. Va a fracasar…”.
–Y ¿fracasó usted?
–¡Oh, no! Primeramente, adquirí un sombrero hongo. Esto ya daba a mi persona una respetabilidad. Y, para completar mi figura directorial, dejé crecer mis bigotes en unas proporciones alarmantes».

El hongo lo mismo componía el figurín de todo un señor director de periódico que la triste estampa de un empleado subalterno en un ignoto negociado ministerial. Ahí estaba el problema y también el del traje, a no ser el de corte italiano, claro.

Diputados de sombrero de copa y periodistas de sombrero hongo (1901)


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