Budas y vedettes







Y entonces llega Él, Juan Luis Cebrián, y decide que su periódico no va a ser un álbum de cromos:

«–En La prensa y la calle hablas de los “budas de las letras y la política que circulan por las redacciones como si fueran los amos de la opinión”. ¿Cómo va El País de budas?
–Hay pocos budas en el periódico. Uno de los éxitos de El País es que hemos tratado de eliminar a los budas y a las vedettes.
–¿Y no crees tú que habéis creado las dos cosas?
–Yo creo que en El País hay más vedettes que budas. Tampoco somos un periódico de vedettes. No es un periódico montado sobre eso. Aquí no sale la fotografía de casi nadie de los que trabajan […]».

Así lo explicaba a Víctor Márquez Reviriego en una entrevista publicada en la revista Triunfo en febrero de 1981. Ahora, en sus memorias, vuelve sobre el asunto e insiste:

«Ya he dicho que no quería tener columnistas habituales que escribieran a diario. No me gustaban las colaboraciones estrictamente literarias en las que el periódico arrendara sus columnas para que en ellas se explayaran las manías o las ocurrencias de unos cuantos privilegiados que tenían acceso a él. Era una costumbre muy acendrada en la prensa española que el deterioro del tiempo nos ha devuelto multiplicada […]. Únicamente hice una excepción en esto: Francisco Umbral».

Cebrián no quería vedettes, pero ficha a la primera vedette del periodismo. A su lado todas las demás parecían mediocres chicas de conjunto. Umbral era aquel columnista que, preguntado por si lo que leía antes que nada en el periódico era su columna, confesaba: «No. Es lo primero que miro, para ver la foto». Que consiguiese pegar el cromo al capitel de la columna más tarde, en otro periódico, no sirve de refutación. Sólo significa que el Umbral de «Diario de un snob» o «Spleen de Madrid» se veía forzado, por no quedar «en blanco y sin figura», como Cervantes en las Novelas ejemplares, a «valerse por su pico» para dibujar su prosopografía. En un minúsculo ejemplo de su desmesura se incluyó, allá por 1979, en una lista de diez señores elegantes: «Al final no he podido menos de meterme, y ustedes disculpen. El ego es que me devora».

Hubo un momento en que El País desistió de la política iconoclasta de Cebrián y democratizó la foto para dársela a todo quisque. De un tiempo a esta parte ha vuelto a negar la prerrogativa a quienes evacúan sus manías y ocurrencias en el papel. Las voces descabezadas allí enseñan, sin embargo, sus efigies en la portada digital del periódico. Ser o no ser, esta no es la cuestión en la que se debaten. La cabeza guillotinada en el papel o el cromo digital adopta en otros rincones de Internet un avatar que muda según los avatares. Dada la hiperinflación de espejos, ¿en cuál de todos ellos se contemplan hoy los narcisos?, ¿cuál es la estampita que ofrecen a la devoción de los lectores? Verdaderamente no extraña el trastorno de identidad disociativo que padece el periodismo y sus santos columnistas.

0 comentarios: